ESCRITOS

  • Gustavo Torner

    Gustavo Torner

    Hablar o escribir sobre arte es casi imposible. Desde la prehistoria hasta nuestros días se han estado fabricando eso que llamamos obras de arte con bastante excelencia; de vez en cuando, aunque desde el principio, con excelsitud. Pero solamente desde hace muy poco tiempo, pocos cientos de años, somos conscientes de esa cualidad, el arte, que hace que una realización humana se convierta en una obra de arte. No sabemos lo que el arte es, ni podemos definirlo, pero si somos conscientes de él cuando estamos en su presencia, aunque no tiene que ver con una determinada habilidad manual o técnica, imprescindible para la realización de un objeto que primariamente es físico. Algunos artistas, con sus obras, además de aportarnos ese regalo del arte en la obra de arte, quieren contarnos otras cosas, como recordar, o imaginar, una puesta de sol. O también opinar sobre esa puesta de sol. O comunicar determinados pensamientos, o sentimientos, imposibles de conseguirlo con palabras.

    Al espectador, o auditor, solo le queda mantenerse atento a esa presencia, sin perjuicios. Abandonarse a esas corrientes que desprende esa obra de arte, que si lo es de verdad, nunca nos defraudará, aunque a veces ese diálogo con ciertas obras de arte es más difícil que con otras.

    Quizás Antonio Alcázar quiere decirnos algo profundo, íntimo, sin gritar, y por ello sea mas difícil de escuchar.

    Pongamos entonces mucha atención.

  • Manuel Romero

    Manuel Romero

    Una da las características que más define el trabajo de Antonio Alcázar es poder comprobar a través de su trayectoria la enorme coherencia y fidelidad a sí mismo, habiendo llegado a construir una identidad personal partiendo de aquellos principios que alentaron sus primeros trabajos. Es decir, sigue vigente su profunda devoción por la naturaleza y el contenido físico que la sustenta, minerales, arenas, sales, etc. Todo un arco geológico que Antonio Alcázar transmuta y convierte en la materia con la que ostensiblemente construye sus cuadros.

    También le viene de lejos su forma de estructurar la obra por partes. Pero siendo todo ello significativo y característico de su forma de trabajo, lo verdaderamente importante en las pinturas de Alcázar es su enorme capacidad para exponer sus ideas con una expresividad espiritual que las hace perfectamente reconocibles. En sus tamizados colores, en la forma de extender la pasta, en la manera de anunciarnos sus deseos, hay siempre un velado proceso en la búsqueda de lo sublime. Y ciertamente éste es un don que no le abandona jamás, ni siquiera en esta lenta evolución que le lleva en este momento hacia sus nuevas imágenes, ese tránsito en que acabamos de acompañarle desde la serenidad del desierto hasta la luminosidad del mar.

    Pensador empedernido y discípulo de María Zambrano , Antonio Alcázar sabe conjugar perfectamente aquello que quiere decirnos con la forma de manifestar sus deseos, y en este proceso no hay deriva que lo aleje hasta situarnos ante la esencia de las cosas. Y en esto mucho difiere de su admirado Robert Ryman, artista analítico donde los haya, pues pienso que en Antonio Alcázar siempre sobrevuela una intuición metafísica y "romántica", lo que le hace posiblemente más cercano a un Sean Scully, con el que comparte no sólo su amor por la gama cromática de los ocres tostados, anaranjados y verdes oscuros, sino su insistencia en estructurar sus obras por partes.

    Sin duda estamos ante unas obras donde se hace patente una fuerte economía radical de sentido metafísico, de alto valor poético, un acercamiento a los sentidos, siempre por vía del conocimiento de los límites de un lenguaje lleno de serenidad, en cuyos lejanos orígenes quizá pueda rastrearse el peso sublime del icono Malevich.

  • Rafael del Pino

    Ya no sé si fue Angel o un ocaso la claridad
    que ardió en la hondura.
    (De “Último sol en Villa Ortúzar”. Jorge L. Borges)

    I

    Hay quien mira y con su mirar participa ya de lo inédito, reintegrando la experiencia al asombro de un origen. Ese que así mira es un poeta, alguien capaz de balbucear lo sagrado e incapaz de asegurar si se halla ante un árbol o ante un dios. Poetas así han tenido y tienen nombre y apellido para la memoria de los hombres, otros nos son ignorados; unos lo han atestiguado con una obra, otros con su vida entre sus semejantes; han sido y pueden ser escritores, músicos, pintores..., pero también quien quedó inhabilitado por un extrañamiento, por un estupor.

    II

    Pintar, como todo hacer, debe ser un acto de fe, una afirmación. Para el artista la pintura debe ser, según lo expresó Mark Rothko en 1947, “una revelación, una inesperada resolución sin precedentes de una necesidad eternamente familiar”. Pero algo aquí aparenta una paradoja: la fe, la creencia, lo son a pesar de la vida, o al menos a pesar de la historia. El artista, el poeta, lo puede advertir: “Os veda el puro silencio / el torrente de la sangre”, escribió García Lorca. Algo como una abdicación, como una enajenación pueden resultar inevitables para atender ese “no sé qué” con que el mundo intenta nombrarse a través de sus mensajeros, de sus enviados: de quienes son poeta.

    III

    Lo que nos acerca un cuadro de Antonio Alcázar es pintura, y no otra cosa; esto es, una llave, un umbral, del Templo que toda vida debe atestiguar y del que nosotros, mientras vivos, sólo llegamos a ver una piedra, un bloque -encendido por el poniente- de entre los innumerables que lo forman.

  • Carmen Pallarés

    Carmen Pallares

    … En De vuelta al mar el pulso imaginativo y técnico de Alcázar no ha alterado su frecuencia, ni su firmeza ha decaído. Sigue siendo dueño de una pauta segura, de una medida clara, de una rítmica seguridad para interpretar la partitura de sus emociones, y cuando ha decidido qué quiere ver él mismo y qué quiere ofrecer a nuestra vista va dando entrada y dejando brillar a cada obra como si de una afinada polifonía se tratara.

    Así, ahora, aparece... ¡Aquel mar de colores grande y solo, tan lleno de bellezas y peligros! del cual nos habló y nos habla Juan Ramón Jiménez en su poema Mar ideal. Estoy segura de que Antonio Alcázar va a leer estos versos por primera vez aquí, y también de que experimentará una viva emoción al encontrarse con ellos en este texto que tiene por asunto un comentario a su nueva colección. Me lo dirá, y tratará de transmitirme su alegría por tal descubrimiento. Será una alegría más de las que compartimos, con el arte como protagonista…